Hoy quiero dejar un artículo que escribí el 16 de diciembre de 2007 en el que sigo de algún modo también la línea del anterior.
Bienvenidos al 'Libro de la Selva':
Si un día me despertara y descubriera que toda la basura que contenía en aquella caja ha desaparecido, me volvería a dormir. El motivo es claro, pues son muchos los que aún conservamos la capacidad crítica de aquello que es sano y saludable de lo que sólo nos aporta toxinas. Desgraciadamente, cada vez son más aquellos que reconocen la calidad gastronómica en los desperdicios incomestibles.
Vivimos en la era de la información, en esa maravillosa etapa de paso entre los métodos tradicionales y las nuevas tecnologías. Lo lamentable es que perdemos progresivamente la capacidad de análisis según se desarrollan estas innovadoras técnicas.
A grandes rasgos, la recepción de información resulta enriquecedora, pero no cuando esa información nos llega contaminada.
Un buen día algún directivo de alguna cadena o tal vez una mente maravillosa descubrió la gran fórmula de la televisión. Ésta consistía básicamente en abarcar lo máximo al menor coste posible.
Y así lo hicieron, decidieron llenar nuestras pantallas de esa valiosa cultura que nos rodea por completo en nuestros días y que según deseamos, pronto desaparezca.
Los programas de corazón son, vistos desde un punto de vista externo, espacios de “entretenimiento” cuya información, vana e insustancial, nos distrae evadiéndonos de los problemas de la realidad, sumiéndonos en otros considerablemente menos importantes de gente ajena a nuestra vida cotidiana.
El conflicto surge en el momento en el que adaptamos esos problemas como asuntos personales y adoptamos esos contenidos a nuestra vida diaria. Se podría afirmar que “la Pantoja” es de la familia, pues son muchos y muchas los que pasan más horas del día “sabiendo” de su vida que de la de su familia.
Pero aún no está todo perdido. Como mencionaba anteriormente aún quedan supervivientes de esta epidemia de desinformación enmascarada de asuntos importantes. Tal es el caso, que todos aquellos que sienten el más mínimo rechazo o incluso se sienten incapaces de soportar más de 5 minutos consumiendo tal basura, a distancia por supuesto, tienen el poder de cambiar la situación negando su apoyo a la emisión de tales programas. Resulta aún más frustrante cuando aquellos que consideran estos espacios televisivos nocivos los consumen igualmente pues creen que no existe alternativa y por lo tanto es normal y natural perder un tiempo valioso recibiendo información intrascendental.
¿Es realmente ésta la sociedad que deseamos? ¿Acaso no nos está transformando la actitud de cara al comportamiento que adquirimos día a día?
Es cierto que el poder de verosimilitud que se le concede a la televisión es enorme, por lo que tal poder se refleja en los aspectos cotidianos. Deberíamos, pues, cuidar nuestra televisión para así, del mismo modo, cuidar nuestra sociedad.
Bienvenidos al 'Libro de la Selva':
Si un día me despertara y descubriera que toda la basura que contenía en aquella caja ha desaparecido, me volvería a dormir. El motivo es claro, pues son muchos los que aún conservamos la capacidad crítica de aquello que es sano y saludable de lo que sólo nos aporta toxinas. Desgraciadamente, cada vez son más aquellos que reconocen la calidad gastronómica en los desperdicios incomestibles.
Vivimos en la era de la información, en esa maravillosa etapa de paso entre los métodos tradicionales y las nuevas tecnologías. Lo lamentable es que perdemos progresivamente la capacidad de análisis según se desarrollan estas innovadoras técnicas.
A grandes rasgos, la recepción de información resulta enriquecedora, pero no cuando esa información nos llega contaminada.
Un buen día algún directivo de alguna cadena o tal vez una mente maravillosa descubrió la gran fórmula de la televisión. Ésta consistía básicamente en abarcar lo máximo al menor coste posible.
Y así lo hicieron, decidieron llenar nuestras pantallas de esa valiosa cultura que nos rodea por completo en nuestros días y que según deseamos, pronto desaparezca.
Los programas de corazón son, vistos desde un punto de vista externo, espacios de “entretenimiento” cuya información, vana e insustancial, nos distrae evadiéndonos de los problemas de la realidad, sumiéndonos en otros considerablemente menos importantes de gente ajena a nuestra vida cotidiana.
El conflicto surge en el momento en el que adaptamos esos problemas como asuntos personales y adoptamos esos contenidos a nuestra vida diaria. Se podría afirmar que “la Pantoja” es de la familia, pues son muchos y muchas los que pasan más horas del día “sabiendo” de su vida que de la de su familia.
Pero aún no está todo perdido. Como mencionaba anteriormente aún quedan supervivientes de esta epidemia de desinformación enmascarada de asuntos importantes. Tal es el caso, que todos aquellos que sienten el más mínimo rechazo o incluso se sienten incapaces de soportar más de 5 minutos consumiendo tal basura, a distancia por supuesto, tienen el poder de cambiar la situación negando su apoyo a la emisión de tales programas. Resulta aún más frustrante cuando aquellos que consideran estos espacios televisivos nocivos los consumen igualmente pues creen que no existe alternativa y por lo tanto es normal y natural perder un tiempo valioso recibiendo información intrascendental.
¿Es realmente ésta la sociedad que deseamos? ¿Acaso no nos está transformando la actitud de cara al comportamiento que adquirimos día a día?
Es cierto que el poder de verosimilitud que se le concede a la televisión es enorme, por lo que tal poder se refleja en los aspectos cotidianos. Deberíamos, pues, cuidar nuestra televisión para así, del mismo modo, cuidar nuestra sociedad.